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En relación a la educación de los hijos las cosas no son muy diferentes. Al parecer, los seres humanos llegamos al mundo endeudados, es decir, hay ciertas cosas que debemos cumplir, que le debemos a quienes nos trajeron al mundo. Pero esto no es natural, más bien es cultural. Incorporamos las exigencias de la época ya desde el primer día de vida. ¿Se nos parece nuestra descendencia? ¿Qué habilidades heredó? ¿Cuáles le exigimos? ¿Qué pretendemos de nuestros hijos? ¿No les estamos imponiendo demasiada carga? ¿Dejamos el camino abierto para una individualidad creativa, abierta y expresiva?

Algunos ejemplos de exigencia:

*"Actuá rápido- "No llores"

Vemos a niños y adolescentes corriendo como locos porque han “aprehendido” de ciertos modelos para los cuales detenerse, reflexionar, respetar los tiempos propios, o incluso entristecerse no es apropiado. Por otra parte, la expresión cruda del dolor en nuestra cultura aun es vista como signo de debilidad.

*"Todo hoy

Múltiples publicidades lo ilustran. cuando un chico se lastima y la madre le dice el consabido cantito “sana sana colita de rana si no sana hoy …”  el niño se ve impulsado a responder:  “No mamá, mañana no, que tengo inglés, karate, entrenamiento…” El niño actual, al menos el niño ciudadano, tiene una agenda similar en densidad a la de los padres y madres que deben, a veces, cumplir con dos trabajos más las tareas parentales.

** El juego es ganancia

En este mundo el alto rendimiento escolar está idealizado. Mientras que lo esencial de la experiencia infantil, el juego en su función recreativa pura y de ensayo de las diversas situaciones de la vida que luego se deberán enfrentar, está subestimado.

El juego, que no está al servicio de ninguna “utilidad”, es visto muchas veces como "relleno" del tiempo libre. Cuando en realidad el tiempo de aprendizaje, el tiempo de la escuela, debería estar siempre caracterizado como "tiempo libre". Aquel en el cual el niño despliega toda su creatividad y tiene espacio para que su deseo se despliegue.  

** Las exigencias se heredan

El niño trae al nacer las expectativas conscientes o inconscientes de sus padres. También las tareas que ellos no pudieron llevar adelante, sus frustraciones, vivencias y conflictos. Las ambiciones también suelen guiar a los padres -no sólo el amor- y este fenómeno se transmite inevitablemente si no se interrogan a sí mismos acerca del tema. El hijo pasa a ser, muchas veces, el encargado de reivindicar frustraciones y deudas en los ideales parentales.

**La banalización del éxito

Estamos en tiempos en que el que no gana, fracasa. El que no va a mil, fracasa. Estamos en los tiempos del bulling y del “looser” (el perdedor). Los niños viven estas presiones a diario en la escuela, pero también en sus casas de manera explícita o solapada. Madres y padres en sus trabajos conviven con esta idea compulsiva de que lo importante es ser un “ganador”. Pero, ¿ganador de qué? podríamos preguntarnos. En la mayoría de los casos ni hijos ni padres saben bien a qué se refiere esta frase.

En estos tiempos del avasallamiento de nuestra subjetividad nos vemos atrapados en las exigencias de una época en la cual la singularidad cada vez tiene menos lugar. Muy lejos de ubicar a los niños como víctimas de los padres, cosa que muchos profesionales de la psicología han hecho durante décadas, nos interesa mostrar que en los tiempos actuales, se han producido múltiples cambios. Así como años atrás la vocación de los niños por disciplinas artísticas o recreativas (las elecciones que se alejaban de las profesiones doctorales) eran subestimadas, ahora cuentan otro tipo de exigencias. Los ideales de rendimiento y éxito actúan como una fuerte fuerza de gravedad que aplana las vocaciones, imponiendo la exigencia de popularidad, de éxito mediático y económico.